Gritos, pataleos, caras coloradas, mordidas, berrinches, son comunes entre los dos y tres años, por ello denominé este artículo: en guerra con el mundo.
En esta etapa los niños sufren repentinos cambios de humor, se muestran empecinados, negativos, difíciles de manejar. Las escenas se repiten en casa, en el supermercado, en el jardín y los padres se desesperan por controlar la situación.
En realidad esta es una conducta normal para esta etapa del desarrollo, un comportamiento que refleja el desequilibrio emocional de los pequeños, que se debaten entre su deseo de sentirse seguros y protegidos y su ansia de independencia.
En cuanto comienzan a caminar, descubren por primera vez en su vida la posibilidad de poder ir a donde quieren. Se sienten de pronto grandes, fuertes y preparados para comenzar a investigar lo que los rodea, pero se dan cuenta que “eso” que quieren hacer está prohibido, y cuando esto sucede se enfurecen y reaccionan con un arrebato de ira. En esta situación es imposible hablar con ellos, ni siquiera soportan que los toquemos. Algunos chicos incluso golpean la cabeza contra el suelo o aguantan la respiración hasta conseguir dar un susto de muerte a los padres (espasmos sollozos). Estos accesos de ira se deben a que no toleran las frustraciones ni sus propias limitaciones, y mientras ellos aprenden a aceptar lo que no les gusta y a tomar sus propias decisiones, necesitarán gran dosis de ayuda de nuestra parte:
Mayor flexibilidad: reflexionar sobre cuándo es necesario el límite, establecerlo con firmeza y mantenerlo en el tiempo. Para esto, padre y madre o quienes convivan con el niño, deben estar de acuerdo acerca de qué normas tomar y lo fundamental: no desautorizarse entre ustedes.
Explicaciones necesarias: exponer siempre las razones de nuestra prohibición.
Sugerir en lugar de mandar: en la práctica resulta más efectiva. Las críticas o amenazas pueden ser contraproducentes.
Darles tiempo: es importante no interrumpirlos cuando están en plena actividad al menos que sea imprescindible. En lugar de esperar a último momento para decirle nos vamos, es mejor advertirle con tiempo suficiente.
Entonces ¿Qué hacer cuando la tormenta estalla?
Lo mejor es quedarse junto a él y no hablarle de su testarudez. Esperar a que se le pase el berrinche y después hacerle ver que el incidente ya está olvidado. Es necesario ser consecuentes y en ningún momento acceder a sus berrinches, de lo contrario sus arrebatos de ira, todavía espontáneos, pueden convertirse en un intento de chantaje, una forma eficaz de lograr lo que quieren.
Lic. Psic. Mariela Franco
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