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Cómo enseñar a nuestros hijos a resolver problemas

16-02-2016
En muchas ocasiones, los padres olvidamos con mucha facilidad cómo aprendíamos cuando éramos niños.
 
   Aprender a hacer lo correcto no es tan fácil como en ocasiones creemos. La teoría se la saben muy bien nuestros hijos pero la práctica ¡qué difícil es llevarla a cabo! A veces querer aprender no es suficiente para aprender.
 
   ¿Qué necesitan? Necesitan un poco más de apoyo de nuestra parte. Necesitan practicar, aprender a tomar decisiones y experimentar consecuencias.
 
   Explicarles a nuestros hijos lo que deben y no deben hacer, cómo y cuando deben hacerlo. es una parte del proceso de aprendizaje, pero insuficiente si no les enseñamos al mismo tiempo, a través de la práctica, a tomar decisiones y a solucionar problemas.
 
   ¿Qué podemos hacer para que nuestro hijo sepa elegir la mejor opción entre varias alternativas? ¿Cómo ayudarle a que se enfrente a los problemas con seguridad? ¿Cómo le podemos enseñar a plantearse diferentes soluciones ante una situación conflictiva?
 
   Hay métodos que nos permiten ayudarles a conseguirlo, métodos muy sencillos y elementales que, inconscientemente, todos hemos utilizado a lo largo de nuestra vida. Vamos a repasarlos.
 
   Simular situaciones reales
 
   Imaginar cómo podría ser una opción hipotética y reproducirla en casa con nuestros hijos nos permite poner a prueba distintos enfoques sin necesidad de “estrellarnos” si algo sale mal. Se trata de practicar lo que nuestros hijos ya saben de manera intelectual pero que, por diferentes motivos, no saben o no pueden llevarlo a cabo.
 
   Por ejemplo: Alex, 10 años. Tiene un compañero en clase que a menudo le quita su bolígrafo rojo y no se lo devuelve. Su madre/padre puede adoptar dos posiciones y decirle:
 
   Incorrecto: “Te he dicho muchas veces lo que debes hacer. Deberías quitarle los suyos para que aprendiera la lección. La próxima vez le quitas el bolígrafo aunque esté escribiendo. ¡Es muy sencillo!”
 
   Correcto: “Te molesta mucho que te quiten tus cosas y te da miedo recuperarlas y enfrentarte a tu compañero ¿verdad? Vamos a hacer una cosa: si te parece bien, vamos a practicar lo que podríamos hacer la próxima vez que te ocurra eso”.
 
   Ambos interpretan diferentes papeles. Al principio la madre es Pablo (el niño que le quita los bolígrafos). Le enseña cómo actuar y qué decir ante esa misma situación: “No lo agarres; lo necesito yo”. También le enseña otras formas de decir “no” , ya que negarse es lo que más le cuesta a Alex: “Es mío, no lo agarres”, “No te lo dejo; ya te he dejado otros bolígrafos y no me los has devuelto”, “Lo siento pero no”, “¡Cómprate uno! Yo también lo necesito”, etc
 
   Luego cambian los papeles. Alex hace lo que su madre hizo anteriormente en la representación. Dice con voz clara y firme: “No los agarres. Son míos y los necesito”
 
   Madre: “Muy bien Alex. Seguro que le quedará muy claro a Pablo”.
 
   A medida que practican, Alex se siente más seguro. Se da cuenta de que decir “No, lo siento” no es tan difícil como pensaba. De hecho, nunca se lo había dicho a su compañero por miedo, por lo que éste aprovechaba para actuar de la misma manera una y otra vez.
 
   El hecho de imponer sus límites fue suficiente para cortar esta incómoda situación y devolver la confianza a Alex.
 
   Empezar de nuevo
 
   No les descubrimos nada nuevo con esta técnica pero les recordamos que es muy útil para corregir pequeños incidentes del día a día, no solo con niños pequeños sino también con adolescentes.
 
   Como su nombre indica, se trata de darles una segunda oportunidad para que puedan hacerlo de nuevo pero esta vez correctamente y colaborando.
 
   La operativa es la siguiente: Se le aclara al niño qué es lo que ha hecho mal, cómo se espera que lo haga y se le anima a hacerlo de nuevo, pero esta vez de manera correcta.
 
   Por ejemplo: Cristina, 15 años. Ha discutido con su madre por culpa de una camisa.
 
   Le “exige” que se la preste, con imperativos y malos modales: “nunca me dejas nada, no confías en mi, eres una egoísta” etc, son palabras muy utilizadas por Cristina cuando se trata de conseguir algo de su madre.
 
   Madre: “Con estas palabras, no te la dejo; si quieres, puedes volver a pedírmela de otra manera”
 
   Cristina: “¡ok!; ¿me dejas tu camisa azul esta tarde?”
 
   Otro ejemplo: Nacho, 7 años. Se le ha olvidado lavarse las manos al llegar a casa.
 
   Padre: “Lo primero que se hace al llegar del colegio es lavarse las manos”
 
   El padre le dice a Nacho que vuelva a llamar al timbre de la puerta y que “lo intente de nuevo”.
 
   Si tu hijo no obedece, será necesario hacer cumplir las consecuencias. Por ejemplo, en el caso de Nacho, no podrá merendar hasta que se lave las manos.
 
   Analizar la opción elegida
 
   En muchas ocasiones los niños no eligen la mejor solución a un problema porque, sencillamente, no saben ver otras opciones o alternativas mejores.
 
   Acostumbrarlos desde pequeños a considerar varias opciones alternativas de conducta les ayuda a autodisciplinarse y a fomentar la responsabilidad.
 
   Mecánica: Analiza con tu hijo otras opciones para resolver el problema. Para ello, hazle preguntas que le ayuden a imaginar otras alternativas más plausibles. Si es muy pequeño, tendrás que sugerir tú esas ideas. Después anímalo a aplicar la opción más adecuada la próxima vez que tenga oportunidad.
 
   Por ejemplo: Ignacio (8 años). Le dice a su padre, cuando éste le pregunta por sus deberes, que ya los tiene hechos y comienza a jugar. Su padre lo comprueba y ve que gran parte de ellos no están hechos.
 
   Padre: No hacer los deberes no es una buena solución pues sabes que si no los haces no tendrás oportunidad de jugar y el profesor te reñirá al día siguiente. ¿Qué crees que puedes hacer para solucionar los problemas que tengas con los deberes?
 
   Ignacio: No se me ocurre nada, papá.
 
   Padre: Si no sabes cómo hacer los deberes o te resultan demasiado difíciles puedes pedirnos ayuda a mamá o a mí. También podrías telefonear a un amigo para que te ayudara por teléfono. Podemos poner una nota al profesor en tu agenda y decirle que te vuelva a explicar la lección. ¿Qué te parece?
 
   Ignacio: Les pediré ayuda.
 
   Padre: Bien. Eso será suficiente para que puedas llevar al colegio cada día los deberes hechos y te sobre tiempo para jugar. Buena elección.
 
   Dar opciones
 
   Ofrece a tu hijo dos o tres opciones (límites) de modo que sea él el que tenga que elegir una de ellas, y responsabilizarse de sus actos.
 
   Luis, 5 años. Puedes jugar con la jeringa de agua en el patio o en la terraza, pero nunca dentro de casa. ¿Qué quieres hacer?
 
   Inés, 9 años. Ha pegado a su hermana Esther, de 4 años. La madre le castiga a irse a su cuarto 10 minutos “a pensar”. Irene se niega.
 
   Padre: Puedes irte a tu cuarto 10 minutos o te llevo yo durante 20 minutos ¿Qué decides?
 
   No son negociables estas opciones. De hecho, son los límites que ponemos a su comportamiento y estos no se pueden negociar. Si a pesar de dar opciones, tu hijo infringe estos límites, añade a las opciones la conciencia lógica:
 
   Irene, 15 años: Puedes coger mi camisa cuando quieras, siempre que me la pidas antes. Si no me la pides previamente, perderás el privilegio de ponerte mi ropa ¿Lo has entendido?
 
   Javier, 10 años. Puedes hacer los deberes antes o después de merendar pero recuerda que no podrás ver la televisión si no has acabado tus deberes. ¿Qué decides?
 
   Técnica de resolución de problemas
 
   ¿Qué pasa si a pesar de las opciones y consecuencias tu hijo no cambia de postura? ¿Hay que pasar directamente al castigo o hay alguna otra posible solución? ¿Por qué enfrentarnos contra nuestros hijos cuando surge un conflicto en lugar de buscar con ellos una solución que respete las necesidades de todos?
 
   Esta técnica de resolución conjunta de problemas permite encontrar entre ambas partes una solución satisfactoria tanto para padres como para hijos, sin necesidad de que haya vencedores ni vencidos. Tu hijo o hijos podrán participar en la elección de la solución, se sentirán respetados y comprendidos y se involucrarán en la decisión tomada.
 
   El mejor momento:
 
   Cuando todos están en calma, en frío,  puedes controlar las emociones.
 
   Método:
 
   Hablar de tus necesidades y de las suyas, así como de vuestros sentimientos.
 
   Buscar soluciones conjuntamente sin evaluarlas. Tan solo escribir todo lo que se os ocurra, sean practicables o no.
 
   Decidir entre ambas partes cual es la solución o soluciones más interesantes, las que son más respetuosas con todas las necesidades y dificultades, desechando las que no interesen.
 
   Beneficios:
 
   Tu hijo ha participado en el acuerdo y lo ha aceptado, por lo tanto es más probable que funcione que si la decisión la han tomado los padres unilateralmente.
 
   Es un buen método para conocer las dificultades que tienen los hijos, dificultades que a menudo ignoramos o nos esconden los verdaderos motivos del conflicto.
 
   Todos salen ganando: tu hijo no quedará frustrado porque ha de obedecer “porque lo dices tú” y no acabará ganando porque no cederás por cansancio a su tozudez.
 
   La familia aprende a negociar, sin que ello sea sinónimo de perder la autoridad. El niño aprenderá a hacer concesiones, a proponer ideas creativas, a “ponerse en la piel de los demás”, contribuyendo a su maduración y a la maduración de la familia en general.
 
   Veamos un ejemplo en la página siguiente.
 
   

Técnica de resolución de problemas. Ejemplo
 
   Enrique, 13 años. No consigue mantener en orden su cuarto. Las peleas son diarias con sus padres. La mejor manera para que cambie de actitud es involucrarlo en el problema.
 
   Madre: Me entristezco cada vez que voy por la mañana a tu habitación y me encuentro tu ropa sucia por el suelo, los libros desordenados, las camisas amontonadas en la silla, los zapatos con barro. Me siento triste al pensar que no eres considerado conmigo y con el resto de la familia.
 
   Enrique: ¡No está tan desordenado!
 
   Madre: También entiendo que estás cansado por la mañana y apenas te queda tiempo para ordenar tu habitación. Tienes muchas cosas que hacer y ordenar tu cuarto no es tu prioridad.
 
   Enrique: Es que me acuesto muy tarde haciendo deberes. Y los días de fútbol estoy muy cansado.
 
   Madre: Te entiendo. Sin embargo, para mi es muy importante. No solo porque es un hábito importante sino porque es una manera de respetar a los demás, de vivir en comunidad y de ayudarme con las tareas de la casa. Yo también estoy cansada y sin embargo mantengo ordenada, no solo mi habitación, sino también el resto de la casa. ¿Puedes ponerte en mi lugar?
 
   Enrique: Tienes razón, mamá. Lo intento pero no siempre lo consigo
 
   Madre: ¿Qué tal si pensamos en una solución que nos satisfaga a los dos?
 
   Enrique: ¡Ok! La mejor solución es que no entres a mi cuarto y así no te enterarás de cómo está mi cuarto.
 
   Madre: De acuerdo. ¿Qué más?
 
   Enrique: Podrías decirle a Miguel (su hermano de 10 años) que limpiara mi cuarto por mi.
 
   Madre: También podrías levantarte cada día 15 minutos antes para colocar todas las cosas en su sitio.
 
   Enrique: Ok. Pero el problema es que no tengo sitio en el armario.
 
   Madre: Entonces se me ocurre que podría ayudarte una primera vez a ordenar contigo el armario para conseguir el espacio suficiente.
 
   Enrique: Eso estaría bien. Ya que tú me ayudas con el armario, yo intentaré hacerme cada día la cama. Pero solo estirarla ¿ok?
 
   Madre: Creo que también sería una buena idea ponerte una estantería nueva para que pudieras tener los libros siempre ordenados.
 
   Enrique: ¡Eso es genial! Y que Miguel no entre sin mi permiso a mi cuarto. Muchas veces él es quien me desordena los libros.
 
   Madre: Yo podría hablar con él y convencerle de que te pida permiso antes de entrar. Seguro que si le pasas algunos de los libros que ya no lees se conforma y acepta. ¿Algo más?
 
   Enrique: ¿Qué te parece si coloco el cesto de la ropa sucia más cerca de mi cuarto, junto al pasillo? Así me acordaré de tirarla al cesto por la noche. Y si me dejas tener la caja de limpiar los zapatos en mi cuarto de baño en lugar del lavadero, también podría limpiar un día a la semana los zapatos del colegio. Tú podrías ayudarme con el barro de los deportivos los días de lluvia.
 
   Madre: Lo apunto. ¿Algo más?
 
   Enrique: Sí, que no me gustaría que vinieras cada día a mi habitación para controlar cómo la he dejado. Apunta que solo te pasarás los domingos.
 
   Madre: Vale, pero los martes también. ¿Algo más? ¿No? Pues miremos nuestra lista.
 
   Ahora lee en voz alta todo lo que han dicho, las valoran, eliminan las que no son operativas y hace una nueva lista con las medidas tomadas por consenso:
 
   Madre:
 
   Hemos quedado que te levantarás 15 minutos antes cada día para ordenar tu habitación.
 
   Yo te ayudaré una tarde a organizar el armario para que tengas espacio suficiente para mantenerlo ordenado y con la ropa en su sitio.
 
   Tu harás cada día tu cama, aunque sea estirándola.
 
   Colocaremos una estantería nueva para que puedas colocar todos los libros que ahora están amontonados en tu mesa y en la mesita de noche.
 
   Hablaré con tu hermano para que no te toque los libros y tú le pasarás aquellos que ya no leas para que él tenga su propia biblioteca.
 
   Colocarás el cesto de la ropa sucia cerca de tu cuarto y te limpiarás los zapatos en tu baño una vez a la semana.
 
   Yo te ayudaré con el barro de los zapatos los días de lluvia.
 
   Papá o yo supervisaremos tu cuarto dos veces a la semana, los martes y los domingos.
 
   ¿Qué te parece la lista? ¿Crees que podremos llevarla a cabo?
 
   Enrique: Ahora me parece “algo” más fácil mantener ordenado mi cuarto. Podemos intentarlo.¡Gracias, mamá!
 
   Técnica de resolución de problemas
 
   No siempre la resolución de conflictos requiere tanto tiempo. A veces, en el día a día, negociamos con nuestros hijos de manera espontánea una solución respetuosa para ambos, solo que no nos damos cuenta:
 
   Sara, 3 años:
   Madre: “Es la hora del baño. Vamos al baño, Sara”
 
   Sara: No hace caso en el momento. Acaba de pasar las páginas de su libro y entonces se dirige al baño, tal y como le ha ordenado su madre. Es su manera de decir: “De acuerdo mamá; primero acabo el libro y luego voy a bañarme”
 
   Jaime, 7 años:
 
   Padre: “Saca el fregaplatos, por favor”
 
   Jaime: “Ok, pero déjame que primero acabe la merienda”
 
   Puede que a unos les cueste más que a otros conseguir estas dinámicas. Los ejemplos de todas estas técnicas muestran el camino, e ilustran sobre cual sería la mejor manera de poner en práctica la teoría, pero debes tener en cuenta que cada niño es un mundo.
 
   Unos necesitan más perseverancia, otros más tiempo de práctica, más paciencia por su parte, a otros tendrás que adaptarles la metodología a sus características personales, etc. Lo importante es que conozcas las técnicas para poder elegir aquella/s que se acoplan mejor a la dinámica de su hogar.
 
   Libro REALMENTE interesante sobre este tema:
 
   Título: Enseñar autodisciplina. Cómo fomentarla en niños y adolescentes
 
   Autor: Thomas Gordon
 
   Editorial: Medici
   ISBN: 84-9799-027-7
 
   El doctor Thomas Gordon es un reconocido psicólogo clínico que defiende que la disciplina punitiva es perjudicial para los niños y fomenta las conductas autodestructivas así como las acciones agresivas.
 
   Propone una nueva estrategia para que los padres permitan que sus hijos sean autosuficientes, adopten decisiones positivas y controlen sus propios comportamientos.
 
   Nos gusta porque destierra los castigos, las amenazas y los chantajes emocionales. Porque fomenta la escucha activa, porque trasmite cariño, respeto y confianza a los niños y porque es un libro que ofrece una nueva forma de gestionar la familia en su globalidad.
 

   Por Elena Roger Gamir, pedagoga