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Educa a tu hijo segĂșn su forma de ser
05-09-2016
Descubre a qué tipo de temperamento pertenece tu hijo (activo, fácil, combativo o de adaptación lenta) y tenlo en cuenta al tratarle. El día a día resultará más sencillo.
Así influyen la herencia y la educación
"Este niño es un rabo de lagartija desde que nació”, dice una madre entre suspiros. “Mi niña siempre ha sido muy tímida”, afirma otra. Quizá veas a tu hijo reflejado en una de estas frases, o puede que desde bebé haya sido tranquilo, o alegre, o llorón...
Y quizá pienses que nada de lo que tú hagas cambiará ese modo de ser. Pero no es cierto. Al niño nervioso se le puede educar para que canalice mejor su actividad; el tímido puede aprender a sentirse más a gusto en las relaciones... Y tú tendrás mucho que ver en ello.
Una forma de ser
Para que nos entendamos: cada niño nace con una forma innata de ser (el temperamento) que está influida por los genes de sus progenitores, de sus antepasados...
Sin embargo, a medida que crece la relación que sus padres establecen con él, su forma de tratarle, el entorno en el que se mueve y el contacto con otras personas van influyendo, y mucho, en cómo será, es decir, en su carácter.
En otras palabras: el factor hereditario estará presente en la vida de tu hijo, pero tus directrices educativas pueden neutralizar, atenuar o ampliar muchas de sus conductas y formas de reaccionar.
Cuatro categorías de temperamento
Si quieres que tu influencia sobre el carácter de tu hijo sea lo más beneficiosa posible, conviene que sepas cuál es su temperamento.
Nueve aspectos innatos
En este sentido, hace unos años, Stella Chess y Alexander Thomas, psicólogos de la Universidad de Nueva York, siguieron la evolución de 136 niños desde su nacimiento hasta su edad adulta.
Y concluyeron que existen nueve aspectos del modo de ser que son innatos: el nivel de actividad (excitabilidad e irritabilidad); la regularidad en los ritmos biológicos (dormir, comer, hacer sus necesidades...); las reacciones ante nuevas situaciones; la adaptabilidad a los cambios; la capacidad de respuesta (mayor o menor intensidad); la susceptibilidad a los estímulos (luz, ruidos...); el humor (alegre, sombrío...); la capacidad de distracción y la persistencia en la consecución de un objetivo.
Cuatro tipo de combinaciones
Estos nueve aspectos se combinan de modos diferentes y dan lugar a cuatro categorías de temperamentos: Fácil, De adaptación lenta, Combativo y Activo.
Pero recuerda que estas categorías son sólo una base. No las consideres un dato inmutable ni las uses para etiquetar a tu niño, porque la realidad es más compleja y él está en un proceso continuo de desarrollo. De hecho, lo normal es que no cumpla todas las características de una sola categoría y que comparta aspectos de otras.
Además, ten en cuenta que algunas conductas de tu hijo son inherentes a la fase vital que atraviesa, no rasgos de su temperamento.
El niño fácil
El bebé de esta categoría es alegre, poco exigente y con buen humor. Establece pronto una rutina y acepta con entusiasmo situaciones o personas nuevas. Sus emociones y reacciones son moderadas, cuando se queja lo hace de forma tranquila y se conforma fácilmente.
Si tu hijo pertenece a esta categoría, a medida que crezca seguirá dándote muchas alegrías. Pero no olvides que, al ser tan dócil y flexible, es fácil pasar por alto sus límites. Y que de mayor puede que le cueste defenderse.
Trátale así....
Háblale y juega mucho con él, aunque no lo pida,y ofrécele objetos nuevos con frecuencia. Si no, podrían faltarle estímulos necesarios para su desarrollo.
No le prestes atención sólo cuando llore. Si lo haces puedes animarle inconscientemente a quejarse.
Cuando sea más mayor, nunca digas ante él frases como “este niño no me causa ningún problema”. Se sentiría presionado para cumplir tus expectativas.
Anímale a manifestar sus necesidades y sus opiniones. Así le enseñas a expresarse y a defenderse. La frase clave con él es: “¿Qué te parece?, ¿te gusta?”.
El niño activo
Es impaciente, curioso, intenso. Corre más que camina, se sube a los sitios... no puede estar quieto (algunos son temerarios) y muchas veces resulta agotador. Sus reacciones son fuertes y sabe lo que quiere.
A los dos años es más torbellino que otros niños de esta edad. Eso sí, se le puede llevar a cualquier evento, siempre que se le dé oportunidad de moverse.
A su vez, el niño activo puede manifestar una disposición fácil o combativa (aunque su característica principal es la necesidad de acción continua).
Trátalo así...
Controla que duerma lo suficiente. Acuéstale pronto.
Para que se calme cuando esté nervioso, ponle música tranquila o dale un baño caliente.
No le exijas que esté sentado o quieto mucho rato.
Procura que a diario se divierta al aire libre y crea en casa un espacio amplio para que juegue (con un colchón en el suelo y sin aristas o esquinas cerca).
A medida que crezca sigue vigilando su seguridad, sobre todo cuando esté cansado (en este caso se vuelve temerario). La frase clave para él es: “Enséñame hasta dónde puedes trepar o correr, pero no pases de aquí”.
El niño de adaptación lenta
De bebé, este niño es reservado y vergonzoso. Requiere un ritmo fijo y es reacio a los cambios, pero cuando se introducen gradualmente los acepta (aunque puede ser muy persistente a veces). Antes de participar en una situación nueva necesita observarla.
Alrededor de los dos años este niño suele ser menos activo que otros de su edad y siguen gustándole las rutinas previsibles. A veces se le cataloga como “tímido”, pero no es del todo cierto; simplemente necesita más tiempo por esa reserva que es parte de su naturaleza.
A partir de los seis años la mitad de estos niños suelen superar esta reticencia.
Trátalo así...
Ten mucha paciencia con él. Su ritmo a la hora de aceptar las novedades es diferente al tuyo.
No le fuerces a estar en brazos de un desconocido: dale tiempo para habituarse.
Planea los grandes cambios de uno en uno y prepárale ante ellos (por ejemplo, unas semanas antes de que empiece la guardería ve adecuando sus horarios a los que tendrá desde entonces).
Acompáñale cuando deba enfrentarse a una situación nueva para él (ir a jugar a casa de un amiguito...).
Anúnciale los cambios de actividad (“nos iremos en 5 minutos”, “mañana haremos una fiesta”...).
La frase clave para él es: “Vamos a ver qué hacen estos niños, por si quieres unirte a ellos”. Así le demuestras tu paciencia sin ánimos de sobreprotegerle.
El niño combativo
De bebé es sensible, irritable y algo tozudo. Llora mucho, es irregular en sus necesidades y le cuesta establecer un ritmo. Se altera con los cambios, se asusta fácilmente con luces y
ruidos fuertes y le molestan la ropa que pica o el calor. Sus emociones, tanto las positivas como las negativas, son intensas.
Si tienes un bebé combativo, cuando vaya creciendo un poco comprobarás que sigue siendo extremo en sus reacciones: tan pronto tiene una rabieta por una nimiedad como estalla en una euforia desbordante y te cubre de besos.
Comprende que no lo hace intencionadamente y enséñale a controlar sus impulsos (con el tiempo lo logrará). Y ten presente algo muy positivo: de mayores, estos niños suelen ser personas competentes, creativas y pensadores independientes.
Trátalo así...
Mantén una rutina y evita los cambios innecesarios. Los que sean necesarios, hazlos de uno en uno.
Acude de inmediato cuando llore y acurrúcale contra ti.
Reduce los estímulos, como luces, ruidos, juguetes...
Vístele con tejidos naturales (algodón, lino, hilo...).
Aplica con él una disciplina constante y coherente.
Si está sobreexcitado, transmítele calma. En algunos niños funciona abrazarlos, en otros permitirles desahogar su frustración... La frase clave para él es: “Veo que estás alterado. A ver si te ayudo a calmarte”.
Otras pautas generales
Además de saber cuál es el temperamento de tu hijo, existen varias pautas que harán que tu influencia en su carácter resulte muy adecuada:
Busca el lado positivo de su forma de ser
Si en lugar de hacerlo ves sólo los aspectos negativos, esto impedirá que desarrolles la postura más adecuada para afrontar su educación.
Así que, si te descubres quejándote del niño que te ha “tocado en suerte”, haz el ejercicio de anotar todos los rasgos positivos de su temperamento.
Y, por supuesto, jamás hables de los negativos en su presencia. Estas valoraciones, además de conseguir que el niño se comporte como tal, pueden influir en la visión que tiene de sí mismo.
No compares entre hermanos
Con los hijos, las comparaciones siempre dan mal resultado: si son desfavorables (¿por qué no eres tan ordenado como tu hermano?) minan la autoestima del que las recibe.
Si son favorables (‘me ayudas mucho mejor que tu hermana’) favorecen la rivalidad fraterna. Ama a cada uno por cómo es: único.
No olvides que no todo depende de ti
A pesar de que tu modo de tratarle y educarle sea fundamental en la formación de su carácter, es evidente que existen unos rasgos innatos que no dependen de ti.
Entenderlo puede significar un alivio y te ayudará a educar con más tranquilidad y sin sentimiento de culpa a un niño muy combativo, por ejemplo.
Tu temperamento influye también
Por último, busca también la categoría de temperamento en la que encajas tú. Ésta determina en parte el modo en que reaccionas con tu hijo, ya que entre vosotros existe una influencia mutua.
Por ejemplo, si tú eres activa y a tu hijo le cuesta adaptarse a los cambios, es posible que te impacientes con él y tiendas a apremiarle, lo que le pondrá nervioso. O si él es combativo y tú tranquila, seguramente te alterará más. Esto explica, además, por qué a la hora de manejar situaciones difíciles con el niño, tú llevas mejor algunas y tu pareja otras.
Recuerda, en definitiva, que sean cuales sean los rasgos naturales de tu hijo, pueden ser modelados para que se comporte socialmente bien sin aniquilar su propia forma de ser. En ello estriba el reto de la educación.
Fuente: Crecer Feliz