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"Educar las emociones, educar para la vida"

24-09-2012
Amanda Céspedes, neurosiquiatra infantil y su nuevo libro: Los padres creen que son más débiles si escuchan a sus hijos.  En su nuevo libro impulsa a los padres a cambiar los castigos por conversaciones.  

Hace un tiempo, saliendo de una estación del metro a la hora de mayor tránsito, la neurosiquiatra Amanda Céspedes se encontró en el camino con una joven mamá que no hacía más que gritarle a su hijo, un niñito de unos cuatro años sumido en un berrinche incontrolable. Entonces, no pudo evitar involucrarse:

- Fui muy dura con ella y le dije que no podía tratar así a su hijo. Ella se sentó en el suelo y me dijo, entre lágrimas: si usted supiera el nivel de estrés que tengo... Yo me quedé pensando que es cierto, que todos hoy vivimos con estrés. Pero eso no da permiso para desquitarse con los niños. Le dije: ¿por qué no lo tomas y le das un beso? Si le transmites tu cariño, ese niño será un bálsamo para tu estrés. Pero si lo tratas mal, eso sólo aumentará tu tensión.

Decirle esas palabras a la mujer la dejó tranquila por un rato. Pero luego se sintió culpable. Después de todo -reflexionó- , ni las madres, ni los padres, ni los profesores están preparados para cambiar el modelo de crianza que se ha impartido de generación en generación, donde el castigo y la imposición de disciplina parecen ser las únicas herramientas para imponer normas y límites a los niños. 

A esas madres, a esos padres y a esos profesores, está dirigido su último libro, "Educar las emociones, educar para la vida" (Editorial Vergara), su otro libro  "Niños con pataletas, adolescentes desafiantes", donde analizaba cómo las conductas rebeldes infantiles debían tomarse como señales de un problema, más que como simples caprichos.

Esta vez, el tema principal es cómo los adultos -que se quejan de estar criando niños cada vez más insolentes, desafiantes, rabiosos y que no saben tolerar la frustración- pueden revertir este panorama y educar las emociones de los niños desde sus primeros años de vida.

- Hay una tendencia erróneamente implantada entre los adultos a disciplinar a los niños antes que educarlos emocionalmente, y esto tiene un tremendo impacto más adelante en su adolescencia y adultez, cuando salen y se enfrentan a la vida, en lo que se llama la "inteligencia emocional".

Un niño sin educación emocional, dice, después se va a mostrar como un jefe descalificador, insolente, que no sabe escuchar y que no sabe comunicarse con sus subalternos; también tendrá problemas con su pareja y con sus cercanos. Será una persona llena de resentimientos, que no cree en sus capacidades y es dependiente emocionalmente.

- A los hijos no hay que educarlos para que se porten bien en el día y los dejen leer el diario; hay que educarlos para el futuro. Para que 20 años después puedan ser adultos educados emocionalmente. Hay un dicho muy bonito: los hijos son nuestro futuro, pero no es así. Nosotros somos el futuro de nuestros hijos, porque como los eduquemos hoy será cómo serán ellos en el futuro.

Pero, ¿qué significa educar las emociones?

Para explicarlo, la doctora Céspedes parte por hacer una distinción entre ese concepto y lo que los padres hacen hoy en la crianza.

- Hay que hacer una distinción entre disciplinar y educar emocionalmente.
Disciplinar, significa poner énfasis en el mal acto que cometió un niño y que amerita una sanción. El énfasis está en qué castigo le voy a dar. Educar las emociones, en cambio, no considera el hecho, sino por qué se produjo, y por lo tanto nos da un momento ideal para reflexionar con el niño, invitarlo a que se dé cuenta del error que cometió para que no vuelva a hacerlo.

Un padre que educa emocionalmente, antes de castigar se hace varias preguntas: ¿Qué llevó a mi hijo a portarse mal? ¿Impulsividad? ¿Falta de reflexión? ¿Se dejó llevar por los amigos? ¿Quizás no supe escuchar lo que me estaba pidiendo? Pero a los padres les cuesta actuar así.

- El niño hace una rabieta y el papá dice: cállate, y no me sigas hablando así, que soy tu padre. Si no, te vas castigado. Pero no escucha qué es lo que quiere decir el niño; entonces ese niño, ante el grito del padre, grita más fuerte, y el castigo es más fuerte. O bien, vuelve a repetir la falta porque no entiende por qué lo castigaron. Hay que enseñarles a los padres qué quieren decir los niños y por qué quieren decirlo.

Las trabas de los padres
 
La doctora Amanda Céspedes reconoce que muchas veces el concepto de "educación emocional" es malentendido por los padres. En su consulta, muchos le dice:” usted nos está enseñando a dejarnos dominar”. Pero ella les explica que es justamente lo contrario.

- El padre que escucha, que contiene y que acoge es un padre que se valida frente al niño en el verdadero poder, que es el de respetar al otro, el de la admiración por ser acogedor y el poder del cariño. Los niños dicen: quiero mucho a mi papá y a mi mamá porque me saben escuchar. Pero los padres de hoy creen que son más débiles si escuchan a sus hijos - grafica la especialista.

Luchan, además, con varios factores que les juegan en contra: están menos en casa, "y el poco tiempo que están consideran que su deber es mantener el orden y evitar que los chicos se les desbanden. Llegan a la casa desde el trabajo y se centran en la disciplina: ¿Hiciste las tareas? ¿Arreglaste tu mochila? ¿Por qué dejaste tan desordenada tu pieza? ¿Te bañaste? Entonces comienzan los castigos", enumera Amanda Céspedes. 

También, sus hijos reciben influencia no sólo de ellos, sino de la televisión y los videojuegos, donde ven adultos que descalifican a sus adversarios y los tratan con violencia, les hacen bullying. Y, además, les cuesta desprenderse del castigo como medida base de la educación.

No es que la doctora Céspedes sea partidaria de eliminar por completo los castigos. Prefiere llamarlos de otra manera: sanción. Y así lo ejemplifica:

- Si me paso, una luz roja y el policía me hace sólo una señita y me deja pasar, voy a volver a cometer el mismo error. Por eso, en la crianza es necesaria la sanción. Pero es distinta una sanción acompañada de una conversación sobre lo que ocurrió a un simple castigo. 

En el libro "Niños con pataletas..." cuento una historia de un padre que, frente a sus niños que jugaban saltando en el bus, toma a una de las niñitas del pelo y la arrastra hacia él. Eso es un castigo. Pero si ese papá hubiera dicho: a ver, por qué están actuando así, y los hubiera contenido, les hubiera dado una solución al por qué los niños estaban saltando, nada habría pasado: el papá no los habría tocado ni se habría impuesto por la fuerza. Ese papá tenía 1.90 de estatura; esa niñita, con un metro 10 ¡cómo se habrá sentido agarrada por esas manos!

También cometen un error los padres que sufren de aversión al castigo, aquellos que temen enfrentarse con sus hijos, ya que, advierte la neurosiquiatra, el mundo emocional de esos niños se vuelve vacío, "sin Dios ni ley, ya que desconocen límites, lo correcto de lo incorrecto; carecen de lo esencial del ser humano, que es el desarrollo ético".

 
Fuente: El Mercurio - Revista Ya